Las ostras son los bivalvos más apreciados. Son los bocados más tiernos del mar, el equivalente marino de la ternera de corral o el pollo, que no hacen más que descansar y comer.
La ostra es una exquisitez especial cuando se arranca de la concha y se come cruda. Es lo bastante grande para constituir un bocado generoso, tiene un sabor rico y complejo y una humedad sugestivamente resbalosa, y su delicadeza contrasta llamativamente con la concha de textura rocosa.
Tipos de ostras
Las ostras empezaron a escasear ya en el siglo XVII, y ahora casi todas son de criadero. De las dos docenas de especies, hay unas cuantas de importancia comercial; tienen diferentes formas y sabores sutilmente diferentes.
Por ejemplo, las ostras planas europeas (Ostrea edulis) son relativamente suaves, con un gusto metálico mientras que las ostras convexas asiáticas (Crassostrea gigas) tienen aromas de melón y pepino.
Aunque hay excepciones, casi todas las ostras producidas en Europa son la nativa plana, la «portuguesa» y la asiática; en la costa Este.
¿Cómo se comen?
Se comen crudas, para lo cual se deben coger con las manos. Aunque no existe una manera correcta de comer ostras crudas, lo más común es tomar un pequeño tenedor y mover la ostra en su media concha llena de líquido, para asegurarse de que se desprenda. Personalmente, he tenido algunas intoxicaciones con ostras y primero escurro el «primer líquido que desprende», dejando el segundo, que supuestamente » es el bueno».
Luego, hay que bajar el tenedor, deslizar suavemente hasta tu boca, levantar la concha y sorber la ostra desde el extremo ancho: es más cómodo de esa manera.
Las ostras se consumen vivas. Tienen una textura viscosa gracias a la que podemos deslizar su carne por
toda la concha hasta la boca cuando están recien abiertas, para poder disfrutar de todo su sabor a mar.
¿El maridaje perfecto?
Con una copa de espumoso: champagne, corpinnat o cava te sabrán aún más frescas y chispeantes.
También con un buen vino blanco que realce sus sabores metálicos y a mar.